Aprovechando que el año concluye y tenemos el síndrome del paso de
frontera con lo que implica de entrada a un nuevo tiempo, he estado
dándole vueltas a la posibilidad de hacer un decálogo de buenos
propósitos de cara a 2013, pero hay que ser coherente y,
sinceramente, no creo demasiado en eso de encajonar las cosas y empaquetarlas en preceptos que debamos cumplir.
Seguro que soy extraña, pero prefiero el orden natural de los
acontecimientos y no forzar nada. Por mucho que veamos escrito sobre un
papel o en una pantalla, que sería bueno hacer tal o cual cosa o adoptar
esta o aquella manera de ver la vida, si no existe compromiso firme por
nuestra parte, no lo haremos. Así de sencillo. Y también, porque lo
primero que diría en ese decálogo es que pusiera en cuestión todo
lo que se dijera en él. Afortunadamente, todos pensamos y no siempre llegamos a las mismas conclusiones (donde todos piensan igual, nadie piensa demasiado)
No necesito que nadie me diga cómo quiero que sea el nuevo
año. Qué objetivos personales y profesionales cumplir. Qué viajes hacer.
Qué tipo de amor encontrar... todo eso ya está en mi cabeza.
Si acaso y de cara al año entrante, solo diría una cosa: cumplire todo
lo que prometa o me prometo. No faltare nunca mas (leccion aprendida) a la palabra empeñada, ya
sea con los demás o conmigo misma. O, dicho de otra manera: no prometo la luna, si no la voy a alcanzar, pero si al fin
acabo haciéndome esa promesa, ya me las puede ingeniar para viajar a
Cabo Kennedy y hacer autoestop en la próxima lanzadera que parta hacia el espacio para conseguirla, jejeje...
"Reduce tus propósitos y amplía tus acciones"
Wallace Stevens