Que nadie se sienta ofendido ni aludido por el titulo de este post, porque aunque parece inofensivo, expresa una antigua y conocida maldicion arabe, o gitana, que sé
yo!.
Lo cierto es que su origen es tan incierto como el del sujeto
que, de pronto y de la nada, irrumpe en nuestra vida para
desestabilizarla.
Pues si, para algunas culturas y para algunas personas, enamorarse puede ser un buen castigo.
“Ojalá te enamores”. Con toda la fuerza. La peor
maldición. Más que un buen deseo, una sentencia mortal.
El
enamoramiento es un estado de desquicio. De idiotez absoluta. De
descontrol de las funciones más elementales de la cotidianeidad. Nos
volvemos estúpid@s, no reflexionamos ni entramos en razones. Nos
volvemos tont@s. Dependientes. Perdemos los reflejos. Los síntomas son
claros y espantosos. Y se manifiestan ante la sociedad cuando logramos
mascullar la frase letal: “estoy enamorad@”.
¡Ojalá te enamores! Y comienzes a idealizar, y veas a la persona que amas como un Dios/Diosa. El/La únic@. El/La mejor. Todo lo que
hace es lindo, dulce y enternecedor. Hasta cuando se hurga la dentadura
con un escarbadientes. O se rasca la oreja con la Montblanc. Es que el/ella
es taaaaan encantad@r que todo se lo permitas.
¡Ojalá te enamores! Y que un llamado
telefónico del/la sujeto elegid@ sea una dulce melodía. Saber que se acordó
de ti te sea suficiente para iluminarte la vida durante una semana.
Que Magnifiques cualquier gesto en la errónea idea de que “él/ella” está
rendid@ de amor.
¡Ojalá te enamores! Y que comienze el efecto yoyo sobre el peso
corporal. Durante el primer tramo del encantamiento te aparezca la cerrazón
estomacal. Los bombones que, hasta entonces, eran una trampa mortal se
vuelvan tan poco atractivos como un recital de La Nueva Luna.
¡Ojalá te enamores! Y que se resienta la productividad laboral. Tus
compañer@s de tareas sean “sombras nada más entre tu amor y mi amor”, y
las horas se consumen en la espera de un e-mail o un llamado.
¡Ojalá te enamores! Y que cualquier
frase del/la Romeo/Julieta aparezca como un escrito de William Shakespeare. Que le
atribuyas al/la candidat@ una intelectualidad inexistente. Sorbe sus
palabras. Adore su verba. Cuando, al tiempo, despiertes a la
impiadosa realidad, el/la escriba prolífic@ se muestra como lo que es: un
aprendiz de poeta.
¡Ojalá te enamores! Y que tus amig@s sean las víctimas más
sufrientes del maleficio del enamoramiento. Sean esclavos sin horizonte
de libertad del relato obsesivo. Que el monstruo más abyecto se
vuelva glorioso cuando te enamores. Que quieras contar, contar y
contar, gritarle a la humanidad que llegó “el amor”. Aunque a nadie le
importe. Aunque tod@s, allí afuera, tengan dolorosa conciencia de que
el objeto de tu adoración no es dign@ de tributo.
Viendolo asi... Ufffff... vaya que si es castigo!!!
Pero bueno, en esta vida, nada es eterno. Y mucho menos la primera etapa del
amor, que funciona igual que una droga. Dispara nuestras hormonas,
nuestra libido y nuestra alegría de vivir. Es un high que,
ineludiblemente, precede al desanimo.
Más
temprano que tarde se terminará el encantamiento. No seremos felices ni
comeremos perdices. El/la príncipe/princesa se mostrará como el sapo/rana que siempre
fue. Y querremos devolverl@ al charco. Para volver a la normalidad.
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La herida causada por una lanza se puede curar, pero la causada por la lengua es incurable....
Proverbio árabe.