Como lo afirma el poeta senegalés L.S. Senghor:
“El
ritmo es para el africano la arquitectura del ser, la dinámica interior
que le da forma, la pura expresión de la energía vital, el shock que
produce la vibración o fuerza que sensiblemente nos toma en nuestras
raíces y se expresa materialmente a través de líneas, colores,
superficies y formas de la palabra, que la hace activa, eficaz, hasta el
punto de afirmarse que la palabra rítmica divina creó el mundo”
Por ello prima el arte poético africano sobre el plástico, como arte
puro y en el poema, el metro es rítmico. El ritmo es parte integrante de
la vida; es a la vez, espiritual y material.
Pero más importante aún que el ritmo de las palabras es el de los instrumentos de percusión:
“… el sonido de los tambores es
lenguaje preferencial; es la palabra de los antepasados, quienes hablan a
través de aquellos, fijando los ritmos fundamentales”.
Entre el ritmo de la palabra y el ritmo
de los tambores existe una especie de contrapunto; Senghor habla de
polirritmia y D. Dauer de un sistema rítmico, que reflejan al
pensamiento africano.
En la poesía enmarcada en la polimetría o
en la polirritmia, aparece como una arquitectura, una fórmula
matemática, que se basa en una unidad dentro de la multiplicidad.
“De modo análogo a los tambores, la
poesía forma ritmos secundarios de lenguaje, – dice Senghor -, que
descansan en repeticiones de formas y sonidos, que fortalecen el efecto
de la totalidad, por eso es incompleta en la mera lectura, si no va
acompañada al menos por un instrumento de percusión”.
También la prosa es impulsada por el
ritmo. Para el africano, la música y el ritmo no se diferencia
fundamentalmente de la poesía, que es sólo una prosa más fuerte y
regularmente rítmica; la misma frase puede convertirse en poesía si se
acentúa el ritmo y con ello se expresa la tensión del ser. El ritmo es
preponderante en la música africana.
El músico o el escultor, el artista en
una palabra, debe ser especial, a su habilidad técnica debe unirse un
especial respeto que le prodiga el grupo y la conciencia de estar
interpretando o realizando una obra “casi sagrada” que le convierte
muchas veces en oficiante, más que en ejecutante.
Los africanos se han revelado como
auténticos maestros en este arte. La variedad de técnicas empleadas, es
la prueba de la riqueza de invención y la profundidad de sentimientos.
En el pasado, el
tamborero que cometiera un error en la recitación, pagaba con su vida.
Aseguran las tradiciones que nunca fue necesario aplicar esta ley.
Un buen cantante deberá ser, además, poeta en
cierto modo, alguien con suficiente habilidad para improvisar versos
apropiados, en cualquier momento.
El hombre ha sentido siempre la
necesidad de exteriorizar, a través de la música, su estado de ánimo en
los momentos más importantes de su vida. Su imaginación le ha llevado a
crear innumerables instrumentos con materiales extraídos de los
elementos que le rodean.