jueves, junio 20, 2013

Cuentame Un Cuento

Soy una fanática del aire nocturno. Al salir de la oficina, suelo apresurarme para llegar a casa lo más rápido posible y mudar mis atavíos laborales por prendas con las que pueda hacer algo de ejercicio al aire libre. Pero no hay que confundirse: más que una atleta, soy apenas una chica que pasa demasiadas horas sentado sobre su propio culo frente a una pantalla de computadora y que por ello mismo busca mantener exiliadas, en la medida de lo posible, las innumerables dolencias que provienen de una vida sedentaria. Por eso sería bueno aclarar que a la hora de correr, por ejemplo, no soy las más rápida, ni la que aguanta más, y mucho menos la que hace los movimientos más gráciles.
Si en una de esas noches resulta que me sorprende la lluvia, disfruto mucho sentir el picoteo del agua en el rostro, el viento húmedo, saltar los charcos en los que se reflejan las luces de los faroles (lo cual me da la posibilidad de creer que estoy en una aventura peligrosa del tipo Indiana Jones), y el olor de la tierra mojada… bueno, creo que no es necesario mencionar la frase común que todos conocemos al respecto. Además, segura que más de uno ya entendió lo que quiero decir.


Y sin embargo, no todo es una costumbre idílica. Cuando voy a correr, cada tanto surgen retos de esos que nos hacen conocer nuestros alcances físicos. De pronto me ha sucedido que algún tipo hace bufidos o movimientos jactanciosos, y entonces, en cuanto me rebasa –es algo que no puedo controlar–,  comienzo a seguirlo a una distancia en la que pueda sentir mi presencia detrás suyo como una sombra desagradable que casi le respira en la nuca. Si es un verdadero atleta, no tardará en dejarme atrás sin ningún problema; pero si es apenas un fanfarrón, aquello se convertirá en una muda corretiza entre dos especímenes oficinescos que tratarán de averiguar quién es más inhábil que el otr@.
Así me sucedió ayer noche. Iba en la tercera vuelta de las ocho que suelo dar en un conocido parque del pueblo, cuando un tipo empezó a retar tácitamente a todos los corredores que pasaban a su lado. Lo que me fastidió en seguida fue la manera burlona en que resoplaba al rebasar a todos aquellos que seguían trabajosamente su rutina con ese aire de mártires que se dirigen al cadalso. A mí me hizo lo mismo, y yo también hice como si no hubiera notado su impertinencia, pero en la última vuelta de mi rutina lo alcancé, aunque me quedé a una distancia de unos cinco metros detrás suyo.


En la recta final de la última vuelta suelo hacer un sprint de unos 150 metros aproximadamente. Así que comencé a acelerar, y él, tal como lo esperaba, lo tomó como un reto. En un principio íbamos parejos, mas en seguida aceleró hasta adelantarme por un par de metros. Lo que él no esperaba es que yo no bajaría el ritmo en ningún momento, con lo que su ventaja disminuyó casi en seguida apenas cruzamos la mitad de la recta. Hacía muchos, muchos años que no corría de esa forma tan desenfrenada, pero me sentía bien, fuerte, incluso hermosa, como una gueparda correteando por la estepa. Entonces él puso su último esfuerzo, aunque en vano: comenzó a dar zancadas descompuestas, sin ritmo, hasta que finalmente se detuvo a boquear como pez fuera del agua, con las manos en las rodillas, ahora sí con bufidos sinceros, sin asomo de fanfarronería. Algo dijo, aunque ya no lo escuché, pues yo seguí a mi paso hasta el final de la recta, a la que arribé con el halo de gloria que suele rodear a los vencedores: el fanfarrón abandonó el reto cuando aún quedaba más de un tercio de la distancia por recorrer. No obstante, cuando aflojé el ritmo y me tocó el turno de jadear como una moribunda, aún con la satisfacción de haberle dado su merecido, desde un lugar remoto de mi pantorrilla derecha comenzaron los primeros temblorcillos de un calambre.
Y aunque me senté unos diez minutos en una banca del parque, el calambre no se fue, sino todo lo contrario: estaba ahí, acechando el menor movimiento que me dispusiera a hacer. No voy a relatar aquí la agonía que significó el regreso a mi casa, ni tampoco el ridículo episodio con el semáforo cuando traté de cruzar una avenida muy transitada; baste con decir que los diez minutos que hago normalmente, se convirtieron en más de media hora de intenso sufrimiento cada vez que daba un paso.
 Nada de eso me importaba en aquel momento. Le había arrancado una victoria (por pírrica que fuera) a este mundo tan plagado de injusticias y eso me tenía satisfecha. Gracias a eso, buenas gentes, aquella noche conseguí dormir el sueño de los justos. Y a final de cuentas, eso es lo único que de verdad importa, ¿o no?


Celtas Cortos - Cuentame Un Cuento

4 comentarios:

  1. Divertida anécdota con tu rutina de carrera, y venganza de los justos ja ja ja.
    Si no lo has hecho en la red hay muchas guías para los corredores según los niveles, principiante, intermedio o avanzados, y para la clase de carrera que se es apto, velocidad, maratón corta, media o larga.
    O si es por simple diversión. Lo importante de las guías es que te evitan muchas lesiones y sobre todo te ayudan a proteger el corazón y el aparato óseo que por llevar un ejercicio incorrectamente pueden sufrir a veces con gravedad lo que saldría más caro y contrario a los objetivos del ejercicio como es la salud y el bienestar físico.
    No pude ver el vídeo porque dice que para este país está bloqueado, ni que esto fuera Cuba ja ja ja.
    Besos India Rebelde!!!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Jajajajajaaaaa ta muy bueno lo ultimo amigo Aristos!!! Ya sabes, el imperio contraataca!!! Y no solo a Cuba!!!!

      Gracias por tus consejos!!! Ya vez, algunas burradas cometo alguna vez!!!

      Besos caribeños

      Eliminar
  2. Pues yo correr más bien poco. El ejercicio que más me gusta es abrir la nevera, ya que en este caso no me molestan ni los semáforos ni los coches.

    Besos India Rebelde.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Hombre! Por gustarme el ejercicio que tu haces, es que ahora debo hacer el que yo hago... jajaja... mosca pues que el tiempo pasa y llegan las dolencias!

      Besos mi querido amigo Rafa.

      Eliminar

La herida causada por una lanza se puede curar, pero la causada por la lengua es incurable....

Proverbio árabe.